
Cuando se sufre por amor todo se oscurece, la tormenta interior abarca todo nuestro mundo. La torrentera de nuestras lágrimas, las visibles y las invisibles, forma una neblina que impide que podamos sentir el calor y el color del sol, nuestro entorno se difumina y parece perderse, más allá del horizonte, en una sucesión de grises tonalidades de inmensa trayectoria, de inconmensurables limes. La pena se enrosca en nuestra alma como una letal serpiente que nos envenena la vida, cercando nuestra capacidad de dicha hasta incapacitarnos para poder distinguirla o apreciarla, si es que se acerca a nuestro lado.Y así, de esta manera, vamos sembrando la desdicha a nuestro alrededor. Ahora bien, si nuestra inteligencia emocional funciona debidamente, con el tiempo, todo se va apaciguando, todo se asimila y se supera. Se pasa página, decimos de manera coloquial. Hacerlo supone una indudable muestra de salud mental y de madurez emocional. Si, además, se tiene la suerte de que aparezca quien nos demuestre su interés, su apoyo, su dedicación, su comprensión, su afecto, su ternura, su presencia, su hombro, su mano, su mirada, su risa, su sonrisa, , sus ganas de ser feliz y de que tú, también, lo seas. Entonces, el mundo se vuelve a llenar de luminarias, la serpiente estalla en serpentinas y confeti, la neblina se disipa en haces de luz que penetran hasta el último pliegue de tu mente y de aquello intangible que llamamos alma. Y te liberas del peso del dolor, de aquel dolor que te cercaba, te oprimía, te apretaba, te asfixiaba... Y vuelves a vivir en plenitud, y te arriesgas a caminar de nuevo por la senda de la ilusión, de la esperanza, de la confianza, de la dicha, de lo que es, en definitiva, esto que llamamos vida y que te hace vivir, de verdad, la VIDA.
AMOR QUE LIBERA
Ya no soy la niña amarga
que tenía un mar de llanto
y alta ortiga por el alma.
Ya no soy la niña enferma
que al oír risas lloraba;
ya salí del solitario
bosque que me acorralaba.
Ahora soy la niña verde,
porque floreció mi calma.
Ya no soy la loca triste,
ya no soy la niña blanca,
nuevo amor ha traspasado
con el nardo de su lanza
mi corazón, que ahora tiene
un nombre de menta y ámbar.
¡Ay cuánta sonrisa noto
que trepa por mis espaldas!
¡Qué brillo tienen mis ojos
-viudos de siete mil lágrimas-!
La vida me sabe a verso
y los besos a manzana.
-El monte arregla sus pinos,
por las rocas el mar baila-.
El amor danza en mi pecho.
¡Ya me quiere! ¡Ya me aguarda!
Ya no soy la loca triste,
que al oír risas gritaba;
ahora soy la niña dulce,
ya no soy mujer amarga.
GLORIA FUERTES