
Hoy es el cumpleaños de mi madre. Nada menos que ochenta y cinco, mañana estaré con ella en Levante, celebrándolo. En días como el de hoy, mi abuela hacía una doble celebración, preparaba el cumpleaños de su hija y formaba un ramo de flores de tres colores: violeta, amarillo y rojo. Lo situaba a la entrada de su casa, allá en Alhucemas, a mí me encantaba... mi familia era un retrato del mapa político de España.
Cuando cuento que mi abuelo era monárquico y mi abuela republicana, y que se amaron con locura hasta que ella murió, a los setenta y ocho años, los amigos me miran con incredulidad. Pero es rigurosamente cierto. Tan cierto como que el hermano de mi madre era de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), y los maridos de mis tías eran huérfanos de fusilados, uno del PSOE y el otro del PC, es decir, no se podía estar más a la izquierda. La hecatombe se produjo cuando apareció mi madre diciendo que se había enamorado de un capitán del ejército, que había sido alférez provisional, en el bando franquista, claro... y se casó con él, con mi padre.
A primera vista se podría pensar que las discusiones políticas tendrían que envenenar el ambiente familiar de una manera terrible, ¿no es así? Pues nada más lejos de la realidad. Nunca pesencié ni una sola discusión entre ellos, veía que se abrazaban, que nunca había una voz más alta que otra, jamás escuché un insulto, que se hablaba de música, de pintura, de literatura, de nosotros... aquellos niños que éramos sus hijos y que jugábamos juntos como buenos primos hermanos, que es lo que éramos. Entre nosotros primaba una figura que adorábamos: nuestra abuela. Ella nos hacía pasteles, nos enseñó a dibujar y nos contaba cuentos e historias... historias que nos enseñaban a pensar por nosotros mismos. Era maestra, periodista y profesora de dibujo y pintura. Nos contaba que el hombre y la mujer eran iguales, eran compañeros. Que había habido una guerra injusta contra la voluntad de un pueblo. Que las armas aparecían cuando no existían razones para convencer. Que todos los seres humanos eran iguales, sin diferencia de colores de piel, sexo o religión. Que no era justo que la riqueza se acumulara en unas cuantas manos, mientras había tantos que se morían de hambre. Que, en caso de duda, siempre nos pusiéramos al lado del más débil. Y tenía una especie de cuadernillo que sacaba de un cajón, le gustaba leerlo, ahora sé que era la Constitución de 1931, la guardaba junto a una cajita llena de pins con la bandera republicana y siglas de partidos de antes de la guerra. Cuando comencé a mostrar una salud bastante delicada, mis padres me dejaron con ella, siempre me pareció maravilloso que aquello ocurriera. Sus cuidados me hicieron recuperar la salud y la educación que me inculcó ha sido el bagaje que me ha hecho ser quien soy a través de todos los avatares de la vida.
Ella era el fruto de una época en la que en España se creía en la Justicia y la Igualdad. Y yo soy fruto de ella. Feliz día de la República.