jueves, 7 de agosto de 2008

Alberto Lauro: María Sangüesa como reencarnación de Sherezade


MARIA SANGÜESA COMO RENCARNACION DE SCHEREZADE

Alberto Lauro.

Lo primero que hay que decir de este libro –Del más allá: cuentos de fantasmas- de la escritora María Sangüesa y editado por Lord Byron Ediciones es que tiene del todo un título verdaderamente engañoso. O por lo menos equívoco. Todos los cuentos, algún microrelato y otros con aliento de relato, acontecen en el Más Acá. Es decir, en este mundo. Si bien la unidad son los fantasmas, seres invisibles, muertos o entes, los mismos se comportan con un descaro y una desfachatez verdaderamente humana. Los fantasmas de este volumen son los menos fantasmales que he encontrado en mis muchos años de lecturas. Y a esto le agrego mi experiencia de venir de Cuba, uno de los países más supersticiosos y creyentes donde los halla.
Estos fantasmas que la escritora nos hace visible son también los más sinvergüenzas que imaginarse puedan. Cualquier lector lo puede comprobar. Una pareja de ellos van a ver a una vidente y preguntan a las cartas sobre el futuro de ese amor. Ella les dice que es hasta que la muerte los separe. Y muertos ya están. Con una risa descarada huyen, salen corriendo juntos y se meten bajo una lápida. Todo ello sin pagar los costes de la consulta. Otro fantasma es lo más desconsiderado e inconsciente. Se le pide que se manifieste y en tiempos de campaña de ahorros de agua por la sequía, no le ocurre otra manera de expresarse que abrir un grifo y despilfarrarla. Por eso sostengo que los fantasmas de este libro de María Sangüesa son tan irresponsable que de poco o nada le ha servido lo que han experimentado en este “valle de lágrimas”. Es por ello que ni dan miedo ni aterrorizan. Antes bien, los vivos los tratan con una familiaridad que nos resulta más que sospechosa. Prueba de ello es que algunos sigan, ya instalados en la presunta otra vida, frecuentando los mismos garitos, antros y lupanares a los que eran asiduos en vida. En fin, que si eso es la muerte, si la existencia terrena de los humanos acaba así, nada hay que temer cuando a cada uno nos toque ese momento inevitable del tránsito.
La autora se inscribe en una tradición de escritores que han abordado el tema de los fantasmas en sus relatos. En ello la tradición española es bastante en comparación con la inglesa en donde sobresalen Lord Byron, su médico J. W. Polidori, Mary Shelley, que fuera primero amante de otro autor de este género, Percy. B. Shelley; Daphne du Maurier –también autora de los relatos que inspiraron a Hichtcok sus famosas películas “Rebeca” y “Los Pájaros”. Algernon Blackwood –autor de “Los sauces”, una pieza antológica del género-, M. R. James, Henry James, Catherine Crowe, May Sinclair, Hugh Walpole, Clermence Dane. H. G. Wells, Mary Elizabeth Branddon, M. P. Shiel, Arthur Machen. En Estados Unidos, Edgar Allan Poe, Washington Irving, Edith Wharton. En Francia Jean Lorrain, Guy de Maupassant, el Marqués de Sade, Anatole France, Charles Nodier, Emile Erchmann y Alexanfre Chatrian. En Irlanda, Fitz-James O’Brien, John Sheridan le Fanu. En Rusia, Mijail Y. Lermotov. En Alemania, E.T. A. Hoffman, Heinric Heine y Heinrich Von Kleist. En Italia, Enma Perodi, Pirandello. En Suiza, Charles F. Ramuz. En Bélgica, George Eekhoud. En Austria, Gustav Meyrink. Y en España, Gustavo A. Bécquer, el olvidado Manuel Yañez –autor también de relatos eróticos- y ahora nuestra escritora.
La creencia de que existen ya estaba presente en la literatura sumeria, egipcia, china e india. También en la japonesa. Para escucharles existen las psicofonías. Es famosa el fantasma de la Dama de Gris –supuestamente Louise Carpenter- en la Biblioteca Willard en Indianápolis, Estados Unidos. Y el de Catalina Howard, quinta esposa de Enrique VIII, a quien mandó a ejecutar por sus amores anteriores a él, y que en 2003 fue grabada en un polémico video por las cámaras de seguridad del Palacio de Hampton Court.
Según nos recuerda Ángel Luis Romo en el epílogo, el célebre pintor Toulouse Lautrec, ya ausente de cuerpo pero presente en alma –en su caso errante- formaba escándalos mayúsculos pidiendo un vaso de coñac a una monja que por caridad debería haberle complacido. También oí la misma historia, pero con absenta. Y yo me pregunto por qué. Haberle dado por lo menos un vaso de orujo, anís, ron, aguardiente de caña, orujo o lo que fuera, siempre que contuviera alcohol. Según afirman los que incursionan en este tema, hay algunos muertos que se convierten en espíritus obsesores, tan obcecados y encaprichados en sus víctimas, que hay verdaderas batallas encarnizadas de los exorcistas para desencarnarlos de los cuerpos que poseen. Hay otros más lúdicos y divertidos –esos son más afines a mí-: los espíritus burlones, expertos en cambiarte las cosas de sitio, esconderte las llaves, las gafas, el dinero y lo que se les antoje, entretenidos en hacer mil pillerías y tropelías, eso sí, con intención inocente.
Allan Kardec llegó a tener renombre mundial por el trato con los fantasmas. Madame Blavastki también. Aunque ninguno precisó si podían ver a otros entes de su misma condición, tener trato con los ángeles, si podían abrazarse entre ellos –pienso que no porque su materialidad es inasible. O si, por ejemplo, por la densidad de algunos cementerios como La Almudena les puede dar por manifestarse en la Puerta del Sol como los policías, los taxistas, los motoristas o los trabajadores de la Salud. ¿Usan dinero los fantasmas? ¿Acaso duermen? Son respuestas que aún no se han precisado. De lo que sí todos estamos seguros en que son noctámbulos incorregibles, ya que todos aparecen al filo de la medianoche o durante su transcurso. Pues nadie jamás oyó que alguna vez se vieran bajo la luz del sol y en pleno día.
Unos afirman que son el resultado de la sugestión o la autosugestión. Los más escépticos e incrédulos sostienen que esos espectros es una devoción de incautos. Lo cierto es que hay vigilantes nocturnos que han buscado otros empleos por el pánico de haberlos visto en el Palacio de Linares o la Delegación de Hacienda de Vitoria, sólo para citar dos lugares. Rosa Insúa ha publicado Mito y realidad de los fantasmas en Ediciones UVE. Iker Jiménez, Enigmas sin resolver en Ediciones Edaf y es un tema frecuente de su exitoso programa de Televisión “Cuarto Milenio”. La bibliografía de consulta es más que extensa. Lo cierto es que el sortilegio y la magia han estado presentes en la historia humana desde que el hombre es hombre, necesitado como aún estamos de explicarnos lo desconocido. Los hechos insólitos y milagros de beatos y santos llenan siglos de la historia de la Iglesia. La Ouija en el siglo pasado fue, sobre todo en Francia y Estados Unidos, una práctica muy popular y medio de comunicación con los espíritus.
Los cuentos aquí reunidos por María Sangüesa entretienen y distraen, que es cualidad indispensable que este género tan difícil debe tener. Es tópico extendido escuchar que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo. Pero se olvida que tan ancestral como éste es de cuentacuentos. En todas las literaturas más remotas de que se tienen noticias, hay cuentos que han sobrevivido a generaciones y a civilizaciones. Se afirma que Homero era un ciego que iba de pueblo en pueblo recitando. Como los aedas griegos y los juglares en la Edad Media. Es por ello que el cuento, por encima de otras disciplinas literarias, tiene un componente notable de oralidad, algo constatable aún sobre todo en los pueblos de África.
Interesado por saber de dónde le viene esta vocación, con la ayuda de meigas, santeras, videntes, cartománticas, santeras y espiritistas, he sabido que es una reencarnación de la mítica Scherezade, aquella astuta muchacha árabe –prueba de ello es que María Sangüesa nació en Marruecos-, que halló la manera de salvar su cabeza con el arte de contar historias, muchas de ella de subido tono sexual, al tiempo que encandilaba e intrigaba al rey Sahrigar, a tal punto que llegó a perdonarle la vida mientras sin piedad con su cimitarra decapitaba a otras concubinas. Scherezade es el arquetipo del arte de contar. Mil y una noche tuvo en vilo a su oyente, quien además era su amo, señor y esposo, expectante hasta el otro día, pues se detenía justamente en el momento más interesante de su narración. Ella es, desde luego, el antecedente más remoto de las telenovelas inacabables, que el cubano Félix B. Caignet inventó en La Habana con la novela radial “El derecho de nacer”, producto que luego se exportó y extendió por América Latina y el resto del mundo.
Como Scherezade, María Sangüesa seduce con la música del encantamiento de su palabra, lo fabuloso de sus argumentos y el ardid fascinante de su imaginación.

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