Imagen tomada de Internet, Cenote de los Dos Ojos
La
tierra extiende un cuenco de calizas
para
ofrecer el agua en los cenotes,
como
vasos de dioses y de jungla,
donde
sacia su sed el caminante,
junto
a reflejos de astros y de siglos
que
anudan la belleza a sus raíces.
Sumergirse
en las ondas de un cenote
es
latir con los dioses de la lluvia,
adentrarse
en un rito de cristales,
bajo
ese hechizo ineludible
donde
la luz se funde con la sombra,
creando
un sortilegio de crisoles.
En
su hondura, la vida te contempla,
desflorando
secretos y milenios
vertidos
por Chaac sobre sus aguas,
para
dejar, entre tus poros,
un
fulgor de misterio con su magia.
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