miércoles, 18 de febrero de 2009

HÉCTOR CEDIEL: A LA AGONÍA DEL ALMA

Fotografía de Pedro M. Martínez


A LA AGONÍA DEL ALMA

Hay demasiados pasos, que debemos aprender a dar en silencio, en la vida; así la vida, solo nos recompense con ingratitud y una absurda indiferencia. He conocido la soledad, como cuenta de cobro por la dignidad y los grandes errores. He honrado la palabra, he respetado los valores y principios, así haya sido demasiado imperfecto como hombre. Siempre me he confesado conmigo mismo y a mi manera; me he impuesto penitencias, sin llegar al fanatismo absurdo del silicio. Junto al mar, solo soy viento y sueño de estrellas; quise ser un caballo con alas, un jinete galáctico, un naufrago rescatado por el amor y la familia. Hoy, no sé si viajo convertido en espuma o si fui simplemente un nardo para los pies descalzos, de quienes intentaron llegar en mi ayuda. Sé que ya pasó el tiempo para ser árbol, estrella, lámpara, faro o camino. El río pasó y se transformó en noche. Me oculté de la vida, bajo las sábanas en algunas ocasiones o noches con tormentas. Fui aurora o crepúsculo, para muchas vidas. Aprendí a beber agua y fuego. Rebusqué con desespero vino en pechos secos y tampoco pude saciar la sed en labios resecos, agotados, cansados. Los amores tardíos, nunca dieron más que mosto agrio y de color negro…nunca como el color del trigo… ya no recuerdo el color de tu corazón, ni los de tus sentimientos… No sé si las estrellas son paraísos muertos o vivos; si son edenes de hielo o ígneos; si son olimpos asexuados o hermafroditas. Me equivoque demasiado; ¡tanto!, que ya el desencanto se convirtió en una absurda costumbre. Me encanta observar el milagro más hermoso de la vida, después que escucho cantar un gallo… El amor siempre fue, un hermoso sueño; fue como percibir la vida de un hijo, dentro del vientre de la mujer amada…Me desperté un día y todo había muerto, a mí alrededor; me sacudí y la realidad era un mar, oscuro como una de las noches más tétricas. No me importa, que el amor no me acompañe en mi entierro. No me interesa que la tempestad haya talado, el pino de mi querida Bifidus. No me incumbe ni me toca, que el río no me escuche llorar. Me muero a pedazos, ante los ojos de los textileros, de esos viejos hombres mediocres; sin tu amor, estoy dos veces muerto. Estoy cansado de aguardar por ti. Estoy agotado. Me desespera el sentir, que me muero agotado en la oscuridad. Siento que mi alma agoniza. Mi tristeza esta cansada de arañar palabras y de ver como nacen, agonías de mi pecho. No pude desenmarañar mis sentimientos. Nada gané nada que se amerite recordar, tirándome los cabellos. Una voz invisible me gritó que estaba muerto, el día que me internaron en un sanatorio mental por primera vez. La vida me desolló y cortaron mi corazón, como si fuera una vulgar sandía. Tus muslos dejaron de verme con pasión y deseo, más rápido de lo que imaginé. Me encantaría morir ebrio, alucinado por unos buenos versos y contemplando las lágrimas, de mis venas abiertas. Me he golpeado contra las paredes del viento y he raptado sobre las arenas, rebuscando una cueva para atrincherarme. Me muero roto como un ventanal, con una pedrada en el ojo. Siento que muero desollado por tus pezuñas diabólicas.

Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel

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