CANTO AL PIE DE LOS ATLAS
Yo no conozco la historia de estos hombres,
apenas sabría distinguirlos,
encapuchados o desnudos
entre las nubes de eucalipto de sus baños
o en el ruido ensordecedor de sus plazas
donde quedos escuchan al demiurgo de otros tiempos.
Yo no los reconozco
porque ignoro incluso si me hablan o me cantan,
o mi invitan a tomarles de la mano
como a veces se toman entre ellos
cuando la luz del día se confunde
con los faroles mortecinos de sus zocos.
Yo sólo siento que me fundo
lentamente, irresistiblemente,
detrás de sus miradas,
donde se esconden los juegos y las danzas
que cerca de las fuentes compartimos
ajenos a los dogmas de los Libros.
Yo busco, paciente al pie de tantos muros,
que sus miradas prisioneras
y la mía de humilde ignorante de los Libros
apacigüen el fuego de los dogmas,
se eleven por encima de los Atlas
para fundir, con el brillo lejano de otros tiempos,
las nieves que silencian nuestros cantos.
EL GRAN HALKA
a Juan Goytisolo,
salvador de la dulce albórbola
de Jemaa-el-Fná.
Teñida de rosa, apenas lista para las abluciones,
eres la novia de todos los hombres solitarios
y repartes amor –o lo vendes–
a quien quedó abandonado
en una de tus tardes nebulosas
cuando la Kutubia, tu centinela ausente,
apenas puede amenazarte,
o cuando la voz del almocrí se apaga
ante el festín sagrado de los gnaouas,
ante el profano don de tus gitanas.
De rojo bermejo te me pones,
como las guerreras que ostentan la alheña,
si te contemplo, borrosa y agitada,
esconder de tu algazara las miradas
de tu ejido de cuerpos voluptuosos
bailando al compás de la humareda,
al amparo del miedo y de las dudas
que dejan tras las puertas de sus casas
para entregarse a ti, la fiel hermana,
para mirarse en ti como en sus lunas.
Hay quien te ha visto azul hipnotizado,
yo verde de ilusión que se desgrana
del relicario donde guardas los secretos
de la mujer descalza, del viejo enfermo,
del niño que encontró la monedilla
para llevar un frasco de hamamelis
como un hallazgo de tu entraña
que alivia el rostro sombrío de la espera
como esperan por ti los que se ausentan
de tu ritual de olores y quimeras.
Mas nadie podrá verte nunca negra
porque tu alma es una recompensa
al que a tus pies se rinde sin reservas,
y hasta la viuda del mago de las letras
oyó de ti al juglar de lengua extraña
contar su nombre y el espectro de Averroes,
como encontré en tu seno, ¡oh dulce plaza!,
el ungüento oloroso de mi infancia,
el recuerdo apotecario de la China
en su última morada de La Habana.
Yo no conozco la historia de estos hombres,
apenas sabría distinguirlos,
encapuchados o desnudos
entre las nubes de eucalipto de sus baños
o en el ruido ensordecedor de sus plazas
donde quedos escuchan al demiurgo de otros tiempos.
Yo no los reconozco
porque ignoro incluso si me hablan o me cantan,
o mi invitan a tomarles de la mano
como a veces se toman entre ellos
cuando la luz del día se confunde
con los faroles mortecinos de sus zocos.
Yo sólo siento que me fundo
lentamente, irresistiblemente,
detrás de sus miradas,
donde se esconden los juegos y las danzas
que cerca de las fuentes compartimos
ajenos a los dogmas de los Libros.
Yo busco, paciente al pie de tantos muros,
que sus miradas prisioneras
y la mía de humilde ignorante de los Libros
apacigüen el fuego de los dogmas,
se eleven por encima de los Atlas
para fundir, con el brillo lejano de otros tiempos,
las nieves que silencian nuestros cantos.
EL GRAN HALKA
a Juan Goytisolo,
salvador de la dulce albórbola
de Jemaa-el-Fná.
Teñida de rosa, apenas lista para las abluciones,
eres la novia de todos los hombres solitarios
y repartes amor –o lo vendes–
a quien quedó abandonado
en una de tus tardes nebulosas
cuando la Kutubia, tu centinela ausente,
apenas puede amenazarte,
o cuando la voz del almocrí se apaga
ante el festín sagrado de los gnaouas,
ante el profano don de tus gitanas.
De rojo bermejo te me pones,
como las guerreras que ostentan la alheña,
si te contemplo, borrosa y agitada,
esconder de tu algazara las miradas
de tu ejido de cuerpos voluptuosos
bailando al compás de la humareda,
al amparo del miedo y de las dudas
que dejan tras las puertas de sus casas
para entregarse a ti, la fiel hermana,
para mirarse en ti como en sus lunas.
Hay quien te ha visto azul hipnotizado,
yo verde de ilusión que se desgrana
del relicario donde guardas los secretos
de la mujer descalza, del viejo enfermo,
del niño que encontró la monedilla
para llevar un frasco de hamamelis
como un hallazgo de tu entraña
que alivia el rostro sombrío de la espera
como esperan por ti los que se ausentan
de tu ritual de olores y quimeras.
Mas nadie podrá verte nunca negra
porque tu alma es una recompensa
al que a tus pies se rinde sin reservas,
y hasta la viuda del mago de las letras
oyó de ti al juglar de lengua extraña
contar su nombre y el espectro de Averroes,
como encontré en tu seno, ¡oh dulce plaza!,
el ungüento oloroso de mi infancia,
el recuerdo apotecario de la China
en su última morada de La Habana.
2 comentarios:
Bellos sin duda. Como bella ha sido tu llegada a mi casita.
Amo España y aún no la he pisado. Este año estaré conociendo tu patria amiga.
Un mimo al alma!! y olé!!!
Hola, Nerina, muchas gracias por tu comentario. Sí que son bellos los poemas de William.
Cuando vengas a España espero conocerte en persona y que hablemos de rincones hermosos y de estrellas. Un abrazo: María.
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