martes, 25 de marzo de 2008

EL COLLAR DE LA PALOMA II



SOBRE LAS SEÑALES DEL AMOR

Este capítulo conserva una especial frescura, nadie diría que se escribió hace mil años. Todos hemos vivido estas señales, o muchas de ellas, cuando nos hemos encontrado en estado de enamoramiento, independientemente de la edad que hayamos tenido al vernos inmersos en tal fenómeno.

“Es la primera de todas la insistencia de la mirada, porque es el ojo puerta abierta del alma, que deja ver sus interioridades, revela su intimidad y delata sus secretos.”

Sobre ello escribió este poema:

“Mis ojos no se paran sino donde estás tú.

Debes tener las propiedades que dicen del imán.

Las llevo adonde tú vas y conforme te mueves,

como en gramática el atributo sigue al nombre.”

Más adelante, nos dice que otras señales son la atención que el enamorado presta a las palabras del amado, aunque sean nimiedades, yerre o mienta. O bien que acuda presuroso a donde esté el amante, que busque pretextos para sentarse a su lado y que sea capaz de abandonar incluso su trabajo para pasar un instante a su lado.

“Cuando me voy de tu lado, mis pasos

son como los del prisionero a quien llevan al suplicio.

Al ir a ti, corro como la luna llena

cuando atraviesa los confines del cielo.

Pero, al partir de ti, lo hago con la morosidad

con que se mueven las altas estrellas fijas.”

“Otra señal es la sorpresa y ansiedad que se pintan en el rostro del amante cuando impensadamente ve a quien ama o éste aparece de súbito, así como el azoramiento que se apodera de él cuando ve a alguien que se parece a su amado, o cuando oye nombrar a éste de repente.”

Luego nos dice que el amor vuelve generoso al más tacaño, valiente al más cobarde, sensible al más áspero, y acaba diciendo que los ascetas rompen sus votos y los castos se vuelven disolutos, porque el amante da con generosidad todo aquello de lo que disfrutaba únicamente pera sí mismo, como si fuese él mismo quien recibiera el regalo y en ello le fuera su propia felicidad.

“Cuando se trata de ella, me agrada la plática,

y exhala para mí un exquisito aroma de ámbar.

Si habla ella, no atiendo a los que están a mi lado

y escucho sólo sus palabras placientes y graciosas.

[...]

Si me veo forzado a irme de su lado,

no paro de mirar atrás y camino como una bestia herida;

pero, aunque mi cuerpo se distancie, mis ojos quedan fijos en ella,

como los del náufrago que, desde las olas, contemplan la orilla.

Si pienso que estoy lejos de ella, siento que me ahogo”

“Hay, sin embargo, señales contrarias a las declaradas, que obedecen al imperio de las circunstancias, a los accidentes que andan en juego, a las causas del momento o a la excitación de los ánimos. [...] Pues del mismo modo hallamos que, cuando dos amantes se corresponden y se quieren con verdadero amor, se enfadan con frecuencia sin venir a qué, se llevan la contraria a posta [...] todo lo cual es prueba de lo pendientes que están el uno del otro.”

“Otra señal del amor es que el amante está siempre anhelando oír el nombre del amado y se deleita en toda conversación que de él trate.”

“Tocante a la conversación, en ocasiones la inicia muy animado, cuando de improviso, le asalta un pensamiento cualquiera acerca del ser que ama, y entonces se ve claro cómo se la traba la lengua, y se observa como ostensiblemente se pone taciturno, cabizbajo y retraído.”

“Otras señales del amor son: la afición a la soledad, la preferencia por el retiro, y la extenuación del cuerpo[...] El modo de andar es un indicio que no miente y una prueba que no falla de la languidez latente en el alma.”

“El insomnio es otro de los accidentes de los amantes. Los poetas han sido muy prolijos en describirlo; suelen decir que son “apacentadores de estrellas”, y se lamentan de lo larga que es la noche.”

“Las nubes han tomado lecciones de mis ojos

y todo lo anegan en lluvia pertinaz,

que esta noche, por tu culpa, llora conmigo

y viene a distraerme en mi insomnio.

Si las tinieblas no hubiesen de acabar

hasta que se cerraran mis párpados en el sueño,

no habría manera de llegar a ver el día,

y el desvelo aumentaría por instantes.

Los luceros, cuyo fulgor ocultan las nubes

a la mirada de los ojos humanos,

son como ese amor tuyo que encubro, delicia mía,

y que tampoco es visible más que en hipótesis.”

“También sufre el amante sinsabores en las dos situaciones siguientes:

La primera consiste en que el galán espere encontrar a su dama y se interponga de pronto un obstáculo que lo impida. [...]

La segunda consiste en que nazca entre los amantes una sospecha, que no se sabe si es verdad o no más que por referencias de una tercera persona [...] Entonces el desasosiego es tremendo hasta que el asunto se aclara, bien por la esperanza del perdón, bien porque la desazón se trueque en franca tristeza y pena, ocasionada por el temor a la ruptura.”

“Desconfío de ti hasta en lo más despreciable que hagas,

y a quien hay que despreciar es a quien desprecia estas cosas,

sin ver que puedan ser origen de ruptura o de odio:

el incendio en sus comienzos es una chispa.

Todo lo grade empieza por ser diminuto:

de un huesecillo de nada ves nacer el árbol.”

El capítulo acaba de una manera un tanto desconcertante, pero me ha traído a la memoria una historia que alguien, ya no tan joven, me contó hace un tiempo, así que lo que estoy transcribiendo, por raro que nos parezca, también puede darse entre quienes dicen amarse.

“Otras señales del amor son: que el amante espíe al amado, tome nota de cuanto diga, investigue cuanto haga, sin que se le escape cosa alguna, ni chica ni grande, y le siga en todos los movimientos. Y, por vida mía, tú verás que en esto los necios se vuelven listos, y los incautos, agudos.”

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