sábado, 26 de octubre de 2013

ARIADNA






                                                   ARIADNA

Esta cobardía me emponzoña, me aniquila, saber que soy sin ser, sentir que dejarte atrás es llevarte conmigo, Ariadna. Te llevo a fuego en las honduras de mi ser. Y tengo que dejarte porque los dioses me impulsan a no amar demasiado; ellos me hicieron tornadizo, ya que mi destino es navegar. Así que el mero sonido de este verbo, amar, me calcina el alma. Te dejo atrás porque hoy soy tu esclavo. Te debo la vida, soy tan tuyo que he de huir para poder nacer de nuevo, para poder sentirme libre de la hoguera que arrasa mi alma cuando tus ojos me llaman. Te dejo atrás porque me diste tanto que el peso de tus dones me doblega.
No encuentro la manera de retribuir cuanto me has dado; algo se me quebró piel adentro, al salir de la gruta, cuando tuve consciencia de sentir el pulso, de inspirar el aire, de saberme vivo, porque tú me salvaste. Me devolviste el camino de regreso dentro del oscuro laberinto, me devolviste la hebra que iluminó todas las respuestas, me diste la fuerza de la espada para salvarme de la muerte que anidaba en cada pliegue de aquella inmensa negrura que llamamos Minotauro. Así me hiciste héroe para recuperar mi libertad, la de los míos, me prendiste el alma de todas las venturas. Y no fuiste capaz de calcular el precio que suponía dejar atrás cuanto tenías para ser mía, tan sólo mía. Ahora, esta carga de ser cuanto te queda, cuanto tienes, es tan inmensa que me supera, me hunde, me destruye. No sé corresponderte…

Dejarte atrás- sin remedio-, me hace aspirar la libertad de nuevo, y, también, espirar la ruindad del abandono y el acre sabor de la traición. Sé que su precio, el de mi rescate, será condenarme a buscarte de nuevo, detrás de cada nombre de mujer, detrás de cada piel, de cada mirada que se engarce a la mía. Y sé que ya no serás tú, nunca serás tú. Porque te dejo en Naxos,  te dejo dormida en la arena del tiempo, dormida para siempre en el puerto de la ausencia, dormida en el muelle de la soledad que traspasará mi vida una vez y otra, y otra. Mi soledad será, condena ineludible, el estigma de tu recuerdo a través de mi travesía sobre las ondas del tiempo.  

EL AÑO DE LAS TRECE LUNAS

3 comentarios:

ANTONIO CAMPILLO dijo...

¡Pobre Teseo! Te proporcioné la espada mágica y el ovillo de hilo hilado con mi amor por ti. Tus ansias de libertad fueron cumplidas. ¡Ah…! Nunca me perdonaron y me delataron. Cuando me dejaste, Artemisa se ocupó de que no pudiese verte jamás. Siempre te quise, siempre te quiero. No me sueñes, no me añores, siempre estaré en ti.
Excepcional prosa poética y excepcional realidad mitológica.

Un fuerte abrazo, querida María.

Nines Díaz Molinero dijo...


Hermosísimos textos María, tanto éste como el de Teseo, donde su impecable fluidez son una delicia de la palabra.

Un abrazo.

La Solateras dijo...

Una belleza, María. Pero de las grandes.

Besos mil.