sábado, 29 de noviembre de 2008

IBN JALDUN, Raúl Puigbó


Ibn Jaldún: filósofo e historiador tunecino del siglo XIV

Raúl Puigbó

“Ibn Jaldún concibió y formuló una filosofía de la historia que es sin duda el trabajo más grande que jamás haya sido creado por una inteligencia en ningún tiempo y en ningún país”.
Arnold Toynbee: Estudio de la Historia.

Su nombre era Abu Zaid Abdurrahman Ibn Jaldún al-Hadram pero los europeos, en especial los españoles, le llamaron
Abenjaldún. Nació el 27 de mayo de 1332 en Túnez. Pertenecía a una familia prominente de Hadramaut, que vivió muchos años en la ciudad de Sevilla, cuando los musulmanes gobernaban esa ciudad durante las administraciones de los omeyas, almorávides y almohades, hasta el año 1228, en que se trasladaron a Ceuta, situa- da en el norte de África, frente a la ciudad española de Algeciras.

Abenjaldún -como Polibio y Maquiavelo- creía en la “naturaleza cíclica del proceso histórico”. Podemos considerarlo el precursor de la metodología de la sociología histórica. En efecto, este bereber se anticipó a Vico y Turgot al destacar los “factores intrusos que influían en los procesos históricos debido a las migraciones de los beduinos y bereberes que vivían en el desierto”. En suma, consideraba que la historia era el resultado de un conjunto de procesos de cambio social.
Su obra máxima fue Prolegómenos a la Historia en la que destacó la importancia de los factores inmanentes de las sociedades nómadas y sedentarias en su relación recíproca. En el prólogo de su libro Prolegómenos a la Historia, criticó las disciplinas desarrolladas en la Sunna y las tradiciones sunitas, enumerando siete errores fundamentales. Su libro se basaba en el análisis de las estructuras seculares y sagradas, así como por la “ignorancia de la naturaleza de las cosas nacidas de la civilización”.

Asimismo advirtió la importancia del “cambio social”, al afirmar que toda la sociedad “está en continuo proceso de transición” y que “los hechos históricos se relacionan con una época, un pueblo, un tipo particular de grupos sociales” y que asimismo tienen sentido dentro de esa relación. Su obra máxima se conoció en Europa recién a principios del Siglo XIX. La primera edición de los Prolegómenos se publicó en 1863.

Ésta tenía un prólogo titulado: “Las cosas sucedidas de la civilización”. Antoine Silvestre de Sacy había traducido algunos fragmentos de este libro. Pero serán los llamados sociólogos de la teoría del conflicto quienes lo rescataron: Gumplowicz en su libro Sociologische Essays del año 1899, le dedicó a Abenjaldún un capítulo que tituló “Un sociólogo árabe de siglo XIV”; Gustav Ratzenhofer y Franz Oppenheimer le elogiaron también.

Abenjaldún fue un pensador formidable, precursor de los estudios sociológicos contemporáneos, pues utilizó “categorías científicas” propias de la historiografía moderna. Es evidente que había leído a Aristóteles, al considerar que el hombre es por naturaleza “un ser social”. Asimismo reconocía la influencia del medio físico en la configuración de la organización social. Algunos autores consideran que Abenjaldún tiene mayor mérito que Vico al ser considerado padre de la filosofía de la historia. Lo notable es que, perteneciendo a una sociedad y a una época de arraigada tradición monárquica, tenía claro que el Estado era un ente absolutamente secular. En este sentido fue un precursor de Maquiavelo.

Asimismo, Juan Bodino (1530-1596), en su obra Los seis libros de la República, recogió muchos conceptos de Abenjaldún para la formulación de su método crítico de la historia: entre ellos el origen del Estado en las luchas entre agricultores y pastores. De igual modo, su teoría sobre los ciclos históricos parece haberse inspirado en las afirmaciones de Abenjaldún respecto a los cambios producidos por “evolución por adaptación lenta” (que Bodino llama “alteración”) y la afirmación que Abenjaldún hacía respecto a la “evolución por mutación rápida” (a la que Bodino llama cambio). También resulta llamativo el hecho que Bodino destaque -igual que el filósofo mograví- la influencia del “suelo” en las costumbres de los hombres de las ciudades que son mentalmente más móviles que los hombres del campo o de los pueblos agrícolas. Otras semejanzas se dan en la afirmación de que la familia y el lazo de parentesco es anterior a la subordinación política.

Por último Turgot en su obra Discurso sobre la Historia Universal (1751) expresa que “la lucha es la madre de todas las cosas”, afirmación que coincide con la teoría sobre los ciclos de lucha expuesta por Abenjaldún. Asimismo se ha observado que Herder también tomó ideas de Abenjaldún respecto a que los montañeses son más belicosos que los habitantes de las llanuras, aplicando la ley del más fuerte.

Oswald Speergler en su obra Decadencia de Occidente y el sociólogo Pitirim Sorokin en Dinámica Social y Cultural, reconocen haberse inspirado en las teorías de Abenjaldún. Otro tanto reconocieron De Maistre y Durkheim.

El sociólogo tunecino fue quien primero señaló la diferencia entre la vida de las ciudades, propensa al vicio, al lujo y a la desviación de las conductas sociales. Abenjaldún consideraba que la dura vida en el desierto fortalecía la solidaridad, el apego a las tradiciones y que convertía a sus habitantes en más resistentes a las duras condiciones ambientales que en las ciudades. En cierta forma se anticipó a los sociólogos de los siglos XIX y XX, entre ellos a Gumplowicz, Lester Ward, Ratzenhofer y Franz Oppenheimer en la teoría de la lucha.

Otro hallazgo de Abenjaldún fue definir el verdadero objeto de la historia, al señalar que ella nos daba una “comprensión del hombre o civilización” y nos enseñaba que los fenómenos que están conexos como “la vida salvaje, el refinamiento de las costumbres, la naturaleza de la solidaridad familiar y tribal, los diversos tipos de superioridad que consigue un pueblo sobre otro y que llevan al nacimiento de imperios y dinastías, las distinciones de rango y las ocupaciones a que se entregan los hombres, tales como las profesiones lucrativas, las ocupaciones relacionadas con la vida, con las ciencias y con las cortes; y todos los cambios que la naturaleza de las cosas pueden producir en el carácter de la sociedad”.

Abenjaldún fue un sociólogo “avant la lettre”, dado que su pensamiento estaba basado en “el carácter observacional” de sus obras. A su vez se anticipó al “determinismo histórico” que, años más tarde, señalarían Maquiavelo y otros sociólogos e historiadores. Decía que “el pasado y el futuro se parecían como dos gotas de agua”.

Asimismo consideraba que la vida nómada y la sedentaria eran dos tipos polares de los procesos sociales. Distinguía tres tipos de sociedades rurales: la agrícola, que criaba ganado menor y mayor y llevaba una vida sencilla; la pastoril que también criaba ganado menor y mayor, de gran movilidad territorial y los criadores de camellos, que adoptaban una vida nómada en el desierto. Estos últimos poseían un fuerte “esprit de corps” (Asabijja), basado en los “lazos de sangre o parentesco” que permanecen alerta y actúan cohesionados.

En otra de sus observaciones, sostenía que esa misma vida en el desierto era la que les desarrollaba el “esprit de corps”, que a su vez los convertía en combatientes para defender a la tribu y la familia. De allí que Abenjaldún afirmara que los grupos nómadas pastoriles son más valiosos que los habitantes de las ciudades.

La metodología de estudio y análisis de Abenjaldún era empírica y se sustentaba en la contradicción entre los pobladores de las ciudades y de las zonas rurales, porque los primeros demostraban menos “esprit de corps” y estaban inclinados al lujo y a un lenguaje obsceno e individualista. Distinguía los “astutos” -a los que Pareto llamaría los “zorros”- de los “leones”, en la terminología de Pareto. Se anticipó a Vico como “filósofo de la historia” y en separar la política de la ética. Consideraba, como Aristóteles, “que el hombre es por naturaleza un ser social”.

Turgot en su obra Discurso sobre la Historia Universal (1751) y Herder adoptaron la teoría de Abenjaldún, según la cual los montañeses son más belicosos que los habitantes de las llanuras.

El erudito bereber Ibn Jaldún fue quien primero avizoró y profetizó la decadencia del imperio musulman extendido desde Arabia hasta España, incluyendo el Norte de África, ocurrida dos siglos antes de los acontecimientos acaecidos en Europa.

Abenjaldún se anticipó a otros científicos europeos en las teorías sobre la movilidad y el contacto cultural que generaban las
migraciones. A su vez, podemos decir que se anticipó a las llamadas teorías de la lucha, que fueron desarrolladas entre los siglos XVIII y XX por algunos sociólogos europeos.

El profesor Miguel Cruz Hernández, en el volumen 3 de su obra: Del pensamiento de Ibn Jaldún a nuestros días (Alianza Editorial, Madrid, 1996), destacó que los árabes pudieron realizar grandes conquistas en el Asia, África y en España merced a que respetaban las leyes musulmanas debido a la disciplina religiosa, antes que al temor a una autoridad (califa, rey o jeque). Este autor, asimismo, expresa que Ibn Jaldún “no fue un hombre de estudio encerrado en su despacho, sino un hombre de acción que durante gran parte de su vida intervino en luchas y conspiraciones...”

Destaca, este autor, también, que Ibn Jaldún era temerario y de carácter fuerte como lo demuestra su obra, en la que, verbigracia, cita la siguiente afirmación del mograví: “la experiencia es una linterna que ilumina el camino recorrido”. Por último, Ibn Jaldún se anticipa en varios siglos a Marx, en la afirmación que es el medio social y no la herencia “quien condiciona al individuo y los grupos sociales”.

Señalemos, antes de concluir esta reseña, que Ibn Jaldún fue contemporáneo al viajero Ibn Battuta (1304-1377), de los humanistas Francesco Petrarca (1304-1373) y Giovanni Bocaccio (1313-1375), así como de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1338-1453) y del surgimiento del imperio timúrida (1380-1497).

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